
Si la implementación de una Estrategia de Comunicación resulta imprescindible en cualquier tipo de intervención, más aún lo es cuando el objetivo es incorporar la perspectiva de género a las políticas de empleo y formación, como condición para mejorar su calidad, pertinencia y equidad. Si, además, se busca incorporar a mujeres en condiciones de pobreza y vulnerabilidad, los desafíos se multiplican. Entender los modos de comunicación es acceder a pautas culturales, introducirse en las formas de "hacer cosas" y de "construir sentido".
De ahí la estrecha relación entre género, equidad y comunicación: las personas no son receptoras pasivas que reciben mensajes y se ajustan a ellos para decodificarlos en un único sentido. Los mensajes - y en este caso los estereotipos y marcas de género, etnia, raza, etc. - son introyectados por mujeres y varones, condicionan su mirada sobre sí mismos pero también ellos interpretan en forma activa estos mensajes, los pueden aceptar, rechazar, reformular y recrear según sus propios esquemas interpretativos.
La contrapartida entonces es que, a través de la emisión de nuevos mensajes, direccionados a revisar y cuestionar los previos y dominantes, los estereotipos y sesgos de género pueden ser identificados primeros y modificados luego.
Por eso es necesario revisar el rol y el lugar de la Comunicación en la política formativa pasando de concebirla como un servicio puntual - fundamentalmente vinculado a la "venta" de la oferta formativa y contratado externamente - a un componente de carácter transversal y una herramienta crucial para la gestión de una política de mejoramiento de la calidad y la equidad.
Desde esta concepción, la Estrategia de Comunicación debe ser coherente y funcional a los ejes conceptuales y metodológicos de la política y de la intervención diseñada y refiere al conjunto de prácticas e instrumentos de intercambio comunicacional dirigidos a mostrar una realidad nueva (informar), cuestionar y revisar lo previo (generar opinión), modificar prácticas y actitudes (tomar decisiones).
Es el componente responsable de divulgar y posicionar la IFP y su política ante los diversos destinatarios y, especialmente de incidir la promoción de la igualdad de oportunidades, en la revisión de discriminaciones y estereotipos. Para cumplir con este rol, se requiere conocer los perfiles, expectativas y necesidades de los destinatarios - sean ellos personas o entidades - habilitar y valorar las instancias de intercambio y desarrollar estrategias y productos comunicacionales funcionales, específicos o adaptados al para qué de la intervención y a las peculiaridades de las diversas poblaciones destinatarias que dicha intervención tenga.
Así concebida y desde un enfoque sistémico de la política de formación, la Estrategia de Comunicación adquiere condición articuladora y transversal: actúa en conjunto y apoya técnicamente todas las actividades y productos desarrollados por los otros componentes para asegurar que las modalidades, el lenguaje, los diseños, etc. respondan a un discurso unívoco y distintivo, a fortalecer la identidad de la intervención o Programa y a una orientación centrada en la búsqueda de "sintonía" entre las necesidades y los intereses del público destinatario. O sea, debe responsabilizarse de encontrar el modo y establecer los vínculos para que cada actividad y producto llegue a sus destinatarios potenciales, sea identificado, comprendido, apropiado y bien utilizado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario